1 La luna vino a la fragua
con su polisón de nardos.
El niño la mira, mira.
El niño la está mirando.
5 En el aire conmovido
mueve la luna sus brazos
y enseña, lúbrica y pura,
sus senos de duro estaño.
– Huye luna, luna, luna.
10 Si vinieran los gitanos,
harían con tu corazón
collares y anillos blancos.
– Niño, déjame que baile.
Cuando vengan los gitanos,
15 te encontrarán sobre el yunque
con los ojillos cerrados.
– Huye luna, luna, luna,
que ya siento sus caballos.
– Niño déjame, no pises
20 mi blancor almidonado.
El jinete se acercaba
tocando el tambor del llano.
Dentro de la fragua el niño
tiene los ojos cerrados.
25 Por el olivar venían,
bronce y sueño, los gitanos.
Las cabezas levantadas
y los ojos entornados.
Cómo canta la zumaya,
30 ¡ay, cómo canta en el árbol!
Por el cielo va la luna
con un niño de la mano.
Dentro de la fragua lloran,
dando gritos, los gitanos.
35 El aire la vela, vela.
El aire la está velando.
Federico García Lorca, Romance de la luna, luna
«Romance de la luna, luna» es uno de los grandes poemas escritos por Federico García Lorca, perteneciente la generación del 27. Este poema pertenece a la obra «Romancero Gitano» escrita entre 1924-1928. La obra se puede dividir en tres partes: Neo-popularismo, Vanguardismo y Rehumanización, «Romance de la luna, luna» está situada en la primera; «el Romancero gitano es una obra popular y andalucista»(autocrítica de Federico García Lorca de su obra). La obra refleja las penas del pueblo gitano que vive al margen de la sociedad y en continua lucha con la autoridad represiva. Se trata de un retrato de la Andalucía trágica.
En este caso el poeta, Federico García Lorca nos narra la historia de la muerte de un niño gitano a la luz de la luna, en el que en su lecho de muerte mantiene una conversación con la muerte, simbolizada por la Luna. El niño suplica que no se lo lleven y cuando los gitanos llegan donde yacía el niño, en la fragua, quedan totalmente desolados. Finalmente el niño muere y Lorca nos lo cuenta de esta manera:
«Por el cielo va la luna
con un niño de la mano.»
Alejandro Madero